¿El futuro está en el pasado?

3 de mayo de 2024.

            He leído esta semana un artículo de un teólogo laico norteamericano, John Grondelski, que se confiesa “no sólo cansado, sino disgustado con aquellos que aceptan el declive de la Iglesia”. A éstos les divide en dos grupos, los que se resignan (a los que llama pasivos) y los que aceleran ese declive (a los que considera activos). Les acusa de no preguntarse el por qué hemos llegado a esta situación. “En el mundo real -añade-, cuando tu organización se reduce un 68% de 1981 a 2024, despides al equipo de gestión responsable de ese “logro”, desechas su visión y comienzas de nuevo” y en cambio, sigue diciendo, siguen gobernando la Iglesia “nonagenarios jubilados, aún convencidos de que su renovación fue correcta”. La crisis no afecta sólo a Estados Unidos; en España, por ejemplo, al empezar la década de los 60 (justo cuando comenzó el Concilio) había más de 7000 seminaristas. Diez años después, descendieron a 1.500 y en la actualidad hay 956, incluyendo los de los seminarios neocatecumenales.

            También esta semana he leído un artículo publicado en una agencia de noticias (AP News) sobre el giro conservador que se está produciendo en una parte de la Iglesia norteamericana. Se refiere a lo ocurrido en la parroquia de una población de Wisconsin, donde la música contemporánea en la misa se cambió por música gregoriana en latín y donde las homilías empezaron a centrarse más en el pecado, en la confesión, en el cielo y también en el infierno. Tim Sullivan, el autor del artículo, dice que para algunos feligreses eso supuso como “un paso atrás en el tiempo”, que les produjo una fuerte conmoción, pero que no se trata de un caso aislado, sino que hay cada vez más parroquias que abandonan la línea liberal en su trabajo pastoral para ser más conservadores, y que esas parroquias tienen mucho más éxito que las que continúan siendo liberales. “Generaciones de católicos estadounidenses están dando paso a conservadores religiosos que creen que el cambio ha torcido la Iglesia. Los sacerdotes liberales que dominaron la Iglesia estadounidense en los años posteriores al Vaticano II tienen ahora entre 70 y 80 años. Muchos están jubilados. Algunos están muertos. Los sacerdotes más jóvenes, según muestran las encuestas, son mucho más conservadores”, concluye el periodista.

            Un ejemplo de líderes que quieren insistir en la renovación posconciliar tal y como se hizo, es el cardenal Cupich, de Chicago, que recientemente puso como referente de esa renovación al libro del cardenal Dulles publicado en 1974. Que, después lo que ha sucedido en estos años, el modelo siga siendo algo que se aplicó hace 50 años es muy significativo y parece dar la razón a lo que dice Grondelski sobre los nonagenarios.

            Además, siempre está la cuestión espinosa de los abusos sexuales a menores. Se acaba de hacer público que se ha iniciado una investigación criminal contra la Archidiócesis de New Orleans por sospechas de tráfico sexual de menores. Las denuncias, que ahora tendrán que ser comprobadas, dicen que en el Seminario se les obligaba a nadar desnudos en la piscina y que era habitual que los seminaristas fueran abusados sexualmente. Todo se ha descubierto a raíz de una denuncia contra un sacerdote, acusado de violar a un adolescente en la década de 1970 y que el obispo lo sabía y lo toleraba. Durante muchos años se permitieron y favorecieron este tipo de actos en no pocos seminarios norteamericanos. Incluso se creó una “casa de formación” en Colombia para captar jóvenes que habían sido expulsados de seminarios colombianos por actividad homosexual y de allí eran enviados a varias diócesis de Estados Unidos. No es justo unir de forma automática la renovación posconciliar con los abusos pederastas, pero es posible que el clima de liberalismo que se extendió por muchos países después del Concilio, sin estar directamente relacionado con él, trajera una relajación en las normas de moral sexual que dieran paso a los abusos. Abusos que han costado más de mil millones de dólares en multas y que han llevado a la quiebra a muchas diócesis de Estados Unidos.

            Por eso, son muchos los que se preguntan si para tener futuro no queda más remedio que volver al pasado o, al menos, a recuperar algo del pasado que se echó a la basura con ligereza porque se consideró inservible. En todo caso, insistir en lo que no ha funcionado es, como dice Grondelski, tan absurdo como mantener al frente de una empresa a un equipo de dirigentes que la ha llevado al borde de la ruina.