Características de la Moral cristiana

¿Cuáles son las características de la moral cristiana?. Según los autores, éstos son unos u otros. En realidad, lo esencial es que una moral que nace del encuentro con un Dios que sale a la búsqueda del hombre. Un encuentro de amor con un Dios amor. Un encuentro que deriva en seguimiento y que busca devolver al ser amado, a Dios, todo lo recibido, dando el máximo y no el mínimo.

Sentada ya la base de que hay una especificidad y una originalidad en la moral cristiana, conviene delimitar cuál es esa originalidad que la hace diferente. Aurelio Fernández, en su libro “Compendio de Teología Moral” (Ed. Palabra, 1995), habla de 10 características típicas del cristianismo.
1.- Lo decisivo no es el actuar, sino el ser, lo cual significa que se debe actuar de una manera porque se es de esa manera y que sólo cuando se actúa se demuestra lo que se es.
            2.- Lo más importante no es el exterior, sino lo interior. Es decir, que las normas morales brotan del interior del hombre que ha experimentado la conversión. No se trata de seguir algo que viene de fuera, sino de escuchar la voz de Dios en el corazón convertido e iluminado por la Iglesia y después llevarlo a la práctica.
3.- La moralidad cristiana es una moral de actitudes. Ahora bien, los actos singulares no se deben contraponer a las actitudes, como si éstas constituyesen la moralidad y no las acciones puntuales. Por el contrario, son los actos los que indican cuáles son las actitudes.
4.- Se trata de una moral más positiva que negativa. Aunque el cristiano está obligado a no hacer el mal, también está obligado a hacer el bien. Más aún, no hacer el bien es ya hacer el mal, pues es cometer pecados de omisión. La moral cristiana no es una moral negativa del evitar, sino una moral activa del actuar.
Sed perfectos
5.- La ley que rige la moral cristiana es la de la perfección y no la de lo justo. O lo que es lo mismo, un cristiano no puede regirse por una moral de mínimos, sino que debe aspirar a dar de sí el máximo posible, a la santidad, a la perfección, pues está llamado a ser perfecto como su Padre celestial es perfecto (Mt 5,48).
6.- Existen los preceptos absolutos. En la actualidad hay la tendencia a despreciar las normas objetivas y a absolutizar el valor de la conciencia individual, dejándola como norma suprema de moralidad sin ninguna sujeción externa. Es un error, pues hay normas morales objetivas y absolutas, que obligan siempre sin excepción.
7.- Existe el concepto de premio y castigo. Aunque no sea ese el motivo primero por el que deba actuar un cristiano, es indudable que Cristo hizo alusión en un gran número de ocasiones a la existencia de premios en la vida eterna y también en esta vida, lo mismo que a la existencia de castigos. esto es así, hasta el punto de que la verdad más veces enunciada en el mensaje moral del Nuevo Testamento es la existencia de un “castigo eterno” para quienes no obren correctamente.
8.- Es una moral para la libertad. La conquista y la afirmación de la libertad es fruto del cristianismo. El pensamiento pagano se movía entre la fatalidad, el hado y el destino. Pero el “fatum” greco-romano cedió ante el hecho de la Revelación acerca de la voluntad de Dios que respeta el ser propio del hombre, que es por definición un ser libre. Más aún, en la medida en que el cristiano vive la nueva vida del espíritu, alcanza cotas más altas de libertad, dado que “El Señor es espíritu y allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3,17).
Existe el cielo
9.- La moral cristiana tiene una dimensión escatológica, es decir alude siempre a la vida eterna. El concepto de premio y castigo del que se ha hablado sólo se puede entender correctamente si se tiene en cuenta que hay una vida más allá de la muerte donde el Señor llevará a cabo su labor de juez justo, a la vez que de Padre misericordioso. Esto no significa que haya que desentenderse de las realidades terrenas; por el contrario, los que no vivan el mandamiento del amor en la tierra no podrán esperar la misericordia de Dios en el cielo.
10.- La moral cristiana es una moral de la gracia y del amor. La moral cristiana es la moral de la gracia, no sólo porque, sin la ayuda de Dios es imposible llevarla a cabo, sino también porque es el desarrollo de la vida de la gracia comunicada al creyente en el bautismo.
Sobre este mismo tema se pronunció Juan Pablo II en la encíclica “Veritatis splendor”. El Papa articuló el mensaje moral cristiano en los siguientes pasos: llamada de Dios, respuesta del hombre, seguimiento de Cristo, convertirse en discípulo suyo, imitar su vida e identificarse con Él.
La llamada es el punto primero, pues la iniciativa no está en el hombre sino en Dios, que es quien inicia el diálogo. Por esta primera nota, el cristianismo como revelación de Dios al hombre se distingue de las otras religiones, que se presentan muchas veces como fruto de la búsqueda del hombre. Esta llamada divina se produjo en la histórica de múltiples maneras, por ejemplo a través de los profetas. Pero fue el nacimiento de Cristo, su vida, su muerte y su resurrección lo que constituyeron el punto definitivo de esa llamada. Dios es amor, dirá San Juan, y ha tenido la iniciativa de venir en búsqueda del hombre, de ir tras la oveja perdida para salvarla.
A la llamada le sigue una respuesta. Esta respuesta puede ser negativa y de hecho muchos se encogen de hombros ante Cristo y le ven pasar sin seguirle. Otros, por el contrario, escuchan en el propio corazón la voz del Maestro y deciden ir tras él.
Se inicia así el seguimiento, que es el tercer punto del esquema moral cristiano. De hecho, hasta la palabra cristiano significa precisamente eso: ser seguidor de Cristo. Hay que insistir en que la moral cristiana no es el seguimiento de unas normas, sino de una persona. Porque se sigue a Cristo se aceptan las normas, pues éstas se derivan de la propia persona del Maestro.
Discípulos e imitadores
Tras el seguimiento viene la conversión en discípulos, es personas que están muy cerca de él, en una comunión de amistad y en una comunión de misión. Se ama a Jesús y se le demuestra ese amor compartiendo su misión, tanto la evangelizadora como la corredentora.
Todo esto supone la imitación del Maestro, que es el punto de referencia supremo. El cristiano ama a Cristo, quiere seguir a Cristo y se pregunta -ante cualquier dilema moral- ¿qué haría Cristo si estuviera en mi lugar? o ¿qué esperaría Cristo que yo hiciera ahora?.

Esto conduce a la identificación con el Señor, al modo en que lo manifestó San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Mediante la Eucaristía, el cristiano ha ido dejándose asumir por el Señor y, con la ayuda de la gracia, ha ido transformando su vida moral, su comportamiento, hasta llegar a la identificación plena con Él. Naturalmente que esto sólo lo consiguen algunos santos, quizá los místicos, pero es la meta a que deben aspirar todos los cristianos. Una meta que se resume en el deseo de darle a Dios lo más que se pueda, porque se está agradecido por el amor recibido se ama y se imita.