El libro del Génesis (VIII)

Tras narrar la historia de Abraham, el Génesis nos cuenta la de los siguientes patriarcas, Isaac, Jacob y José, con las cuales concluye para dar pasó al siguiente libro del Pentateuco, el del Éxodo. Con Jacob aparecen las doce tribus de Israel y con José se nos está introduciendo ya en el misterio de Cristo, pues él es un anuncio de éste, en cuanto que salvó a sus hermanos.

Tras Abraham e Isaac, que ya vimos en la lección anterior, el siguiente bloque de narraciones del Génesis se centra en Jacob (Gen 25, 19-36, 43). Éste, a pesar de ser el hijo más pequeño de Isaac se va a convertir en el heredero de la promesa hecha a Abraham, mediante una serie de circunstancias que ponen de manifiesto cómo Dios dirige los acontecimientos de la historia. Mientras que Esaú es cazador y rudo, Jacob -cuyo nombre significa “el Señor protege”- es pastor, listo y ambicioso. El primero es impetuoso, insensato y despreocupado por el futuro, mientras que el segundo es trabajador y prudente. La despreocupada venta de la primogenitura que Esaú hace por un plato de lentejas, justifica el derecho de Jacob a escamotearle la herencia a su hermano. Herencia ligada a la bendición paterna, que va a obtener con la colaboración de su madre y por medio de un engaño hecho a su padre ciego y moribundo (Gen 27, 1-45).
Es muy importante la visión que Jacob tuvo en Betel (Gen 28, 1-22). Era una escalera o una escalinata, como las de los zigurats de Babilonia, con las que se subía a lo alto del templo para poder comunicarse con Dios. Esa escalera es un símbolo de lo que deberá ser Jacob y su descendencia, un camino de comunicación con el Altísimo, que parte de Betel (que significa casa de Dios) y que termina en el cielo.
Otro elemento importante en la vida de Jacob es su matrimonio con Raquel, de la que se enamora, pero a la que no puede desposar enseguida por ser engañado por Labán, su suegro, que consigue que se case primero con la hija mayor, Lía. De estas uniones nacerán once hijos y una hija (el hijo duodécimo, Benjamín, nacerá más tarde). Estos hijos nacen de las dos hermanas y de sus dos sirvientas, que compiten por dar hijos a Jacob. Sin embargo, José será hijo de Raquel, la preferida, lo mismo que el último, Benjamín.
Cuando por fin Jacob logra abandonar a su suegro y regresar a Canaán -tras nuevas peripecias-, el Señor le va a dar otro nombre, como había hecho con Abraham. Ahora se llamará Israel y habrá llegado la hora de que se cumpla la segunda parte d ela promesa hecha a su abuelo, con la posesión de la tierra, que dejará de llamarse Cananán para tomar el nuevo nombre de Jacob: Israel.
El último gran personaje es José, undécimo hijo de Jacob y biznieto de Abraham. Los capítulos del Génesis que narran su historia (37, 1-50, 26) tienen un estilo literario y un contenido muy distintos a los anteriores. Apenas incluyen historias previas que habían circulado oralmente. por el contrario, es una historia continua, en la que cada episodio da pie al siguiente. Tiene una trama que comienza con los sueños de José y realiza sus consecuencias llenas de suspense hasta que todos los sueños se convierten en realidad. Sirve de vínculo entre la historia de los antepasados y el por qué el pueblo se encuentra sometido a servidumbre en Egipto cuando se abre el libro del Éxodo. Su mensaje teológico es continuación del que ha servido de guía a la historia de los tres patriarcas anteriores: Yahvé protege al que confía en Él, aunque sus caminos sean muchas veces misteriosos, porque Él es quien controla providencialmente los acontecimientos del mundo.
La nueva historia comienza con un grave pecado: la traición de los hermanos de José, los cuales están envidiosos de los sueños de éste, según los cuales llegaría a ser más importante que ellos. Esta pretensión por parte del hermano menor, es considerada por los hermanos motivo suficiente para deshacerse de él. Aunque tampoco hay que olvidar la envidia que sienten al comprobar que su padre le prefiere a ellos. Sólo salva la vida gracias a la mediación de dos de los hermanos, Rubén y Judá, aunque su destino no es nada feliz pues es vendido como esclavo y termina a manos de Putifar, alto funcionario de la corte del faraón. Sin embargo, Dios no abandonó a José y, en la esclavitud, empezó a gestarse su fortuna. Una fortuna que aún estaba lejos, pues la mujer de Putifar se enamoró de él e intentó seducirlo, a lo cual José se negó pues hubiera sido cometer adulterio e ir contra la ley, además de llevar a cabo un acto de deslealtad contra su amo. Pero la mujer no lo ve así y. despechada, le acusa a su marido de haber intentado seducirla. Sin embargo, incluso en ese momento Dios está con él y Putifar le da una condena de cárcel y no de muerte. En la cárcel el plan de Dios sigue actuando. Su habilidad para interpretar sueños le llevan a la presencia del faraón y José interpreta correctamente el que anuncia la llegada de siete años buenos y siete años malos. Aconseja al rey que se prepare para los malos construyendo graneros donde almacenar los excedentes de los buenos. El faraón queda tan impresionado que confía a José el cumplimiento del sueño, con lo cual es elevado a uno de los más altos cargos de la administración egipcia, posiblemente el de primer ministro. Cuando llegan los años de sequía, el hambre afecta a toda la zona y no sólo a Egipto. Los hermanos de José se ven forzados a ir a ese país en busca de comida. Así se encuentran con José sin saber que es su hermano, pues ahora es el primer ministro. Éste los reconoce y decide ponerlos a prueba, quedándose con un rehén (Simeón) y exigiéndoles que regresen con el hermano pequeño, Benjamín. El padre, Jacob, se niega a que cumplan la promesa, pues teme perder a su hijo más pequeño, hermano de madre de la querida Raquel del ya desaparecido José. Judá interviene para convencer al anciano y al final todos vuelven a Egipto Allí José les pone de nuevo a prueba, para ver si serían capaces de hacer con Benjamín lo que hicieron con él, pero la actitud de Judá defendiendo a su hermano aún a costa de su libertad, le convencen de que están sinceramente arrepentidos. Esto permite a José reconciliarse con ellos e incluso invitar a su padre para que se instale con toda la familia en el próspero Egipto. Allí acude Jacob, pero exige a José que a su muerte deberá enterrar su cadáver en Canaán, pues aquella y no Egipto es la tierra prometida. También le exige que sus dos hijos, Efraím y Manasés, se instalen en Canaán, en lo que después será el Reino del Norte.

De esta forma termina el libro del Génesis, dejando ya preparado el siguiente, el Éxodo. La importancia teológica de este libro es extraordinaria. En él se nos enseña la doctrina de la creación del mundo por parte de un Dios único y omnipotente. También se nos enseña la doctrina del pecado original, como fuente de todo el mal y el dolor que aquejan a los hombres. Pero el Dios creador no es un Dios que actuó una vez, sino que sigue actuando y se empeña en reparar las consecuencias del pecado del hombre. Esta actuación se manifiesta especialmente en la llamada a Abraham y en la promesa hecha a él y a su descendencia. Con el pueblo de Israel Dios se crea un pueblo especialmente suyo, en el cual aparecerá la semilla de la liberación definitiva y de la derrota también definitiva del pecado: el Mesías, Jesucristo.