El libro del Génesis (VII)

Después del drama del diluvio universal y la torre de Babel, el Génesis entra ya en la particular historia del pueblo elegido. Lo va a hacer contando la vida de los cuatro grandes patriarcas: Abrahán, Isaac, Jacob y José. En los tres primeros, además, se va a contar la historia de sus mujeres, que juegan un papel importante. Abrahán es el inicio del pueblo de Israel”.

La historia de Abrahán y Sara va a establecerse en torno a tres grandes temas: la promesa, su fe y sus dudas, y la prueba final que sella el vínculo de confianza de Dios con ellos. Lo prometido es un hijo y una nueva tierra. El pacto o alianza se firma con toda la solemnidad y características propias de la época, y afecta no sólo a Abrahán sino también a su descendencia. La fidelidad de Abrahán a la alianza sellada con Dios será la que haga de él un modelo de fe, no sólo para el judaísmo y el islamismo sino también para los cristianos.
Abrahán es presentado, ante todo, como alguien que escuchó a Dios. Una escucha que no es simplemente auditiva, sino de obediencia. Porque Abrahán, tras oír la voz del Señor, obedeció sus órdenes, dejando su vida anterior y teniendo plena confianza en Él, incluso en los momentos en que no había motivos para tenerla, como cuando el hijo prometido no llegaba. Esta obediencia lleva a Abrahán a adorar sólo a Yahvé y, como consecuencia, a consagrar a su nuevo Dios todo el territorio por el que iba pasando.
Sin embargo, Abrahán no es perfecto. En 12, 10-20 se nos narra cómo puso en peligro a su mujer, Sara. A pesar de eso, Dios no deja de cumplir su parte del pacto y la prosperidad acompaña a Abrahán y también a su sobrino, Lot. Se introduce aquí, aunque varios capítulos después, la historia que explica la aparición del Mar Muerto, fruto de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra. (19, 1-38). Antes de esta destrucción el Génesis va a mostrar uno de los pasajes más bellos de todo el Antiguo Testamento: el diálogo de Abrahán con Dios para intentar salvar las ciudades ya sentenciadas (18, 16-33); en este diálogo se acentúa la importancia que Dios da a la misericordia, al tiempo que insiste en la justicia y en la conducta recta.
Muy interesante es la parte del relato que muestra el cumplimiento de la primera parte de la promesa: el nacimiento del heredero, Isaac. Pero antes ha venido la prueba, tan dura que Abrahán optó por tener un hijo con Agar, la esclava (16, 1-16), que se llamaría Ismael y que los musulmanes consideran como el padre de su raza. Es curioso que sea Sara la que tome la iniciativa, instando a Abrahán a acostarse con Agar, cosa que el patriarca no acepta de buen grado al principio. Sin embargo, la actitud posterior de la esclava, lleva a Sara a pedir justicia a su marido y éste se ve forzado, con gran dolor, a expulsar al niño y a su madre, poniéndoles en peligro de muerte. No obstante, Dios interviene para proteger a este hijo de Abrahán y también a él le hace una promesa, en este caso mediante un ángel: que de él surgirá una gran nación. Después de estos episodios transcurren nada menos que 13 años, lo cual sitúa a Abrahán y a Sara en la ancianidad. Dios, a pesar de las apariencias insiste en reclamar la confianza de Abrahán y cuando éste se la da le cambia el nombre, de Abrán a Abrahán, lo cual lleva consigo también un cambio en el pacto, que se transforma así en “alianza eterna”, incluyendo a todas las generaciones posteriores a él. Aceptar esto no debía ser fácil para el anciano patriarca, que veía como su vida estaba ya en el ocaso sin haber tenido otro hijo que el de la esclava, el cual para colmo había tenido que despedir. Una señal de esta alianza fue el rito de la circuncisión, tomado de otras culturas anteriores, como un signo del compromiso del hombre con Dios. También Sara se ve envuelta en esta situación, si cabe aún más difícil para ella debido a que era ella la culpable de la esterilidad. La fe de Sara le supone también un cambio de nombre, pa