Los estudiosos de la Biblia consideran que el mensaje de Cristo se puede englobar dentro de un concepto: el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Este Reino de Dios habría empezado ya a existir en la tierra con el nacimiento del propio Cristo y tendrá su cumplimiento en el tiempo final, cuando Cristo reine sobre todo y sobre todos y en el mundo existan, por fin, la justicia y la paz. |
Un tema central en la predicación de Jesús fue la llegada inminente del Reino de Dios. El prólogo del evangelio de Marcos lo señala de forma programática:
“Después que Juan fue arrestado, marchó Jesús a Galilea, proclamando la buena noticia de Dios. Decía: El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 14s).
Pero, ¿en qué consistía este Reino de Dios” que Jesús anunciaba y que exigía de sus oyentes la conversión?. Consistía, ante todo, en la instauración del Señorío de Dios, es decir, en la entronización de Dios (Rey-Reino) como Señor de todas las cosas y de todas las personas. En cierto modo, no era más que el cumplimiento definitivo del primer mandamiento de la Ley dada a Moisés: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. El Reino de Dios que llega, que Jesús anuncia y que Él anticipa, es una situación en la cual Dios es el Rey en el corazón de cada hombre y del conjunto de los hombres, de la sociedad.
Dios es Padre
Pero, ¿qué tipo de Dios es el que se va a convertir en Rey? ¿qué Dios es el que predica y del cual habla Jesucristo?. Para saberlo hay que volver al prólogo de Marcos antes citado. Jesús, dice el evangelista, anuncia “la buena noticia de Dios”. ¿En qué consiste esa buena noticia?: En que Dios es “Abba”, es “Padre”. Los judíos ya sabían que Dios es amor, amor que se manifestaba a través de sus obras: la creación del mundo y del hombre, la protección sobre el pueblo y la misericordia. Pero ahora ese rostro amoroso de Dios se tiñe de un nuevo color, se completa con una nueva característica: Dios es Padre. Ya no es sólo el Creador, el Todopoderoso o el Juez, sino que, por puro amor gratuito, ha querido adoptar a los hombres como hijos a través del Hijo único, Jesucristo, que se nos ha dado como hermano, a la par que como Salvador.
Desde esta perspectiva, desde el anuncio, por un lado, del verdadero rostro de Dios y, por otro, de la llegada de su Reino y su reinado, hay que entender el por qué Jesús dice que todo eso es una “buena noticia”, un “evangelio”. Es buena noticia saber que Dios es amor hasta el punto de dar la vida para redimir a sus criaturas, a las cuales adopta como hijos en el Hijo. Es buena noticia saber que el triunfo de este Dios-Amor-Padre está cerca y que, cuando eso ocurra, los hombres ya no se harán daño entre sí, ni adorarán al dios-dinero, o al dios-poder, o al dios-sexo, sino que adorarán únicamente al Dios-Amor y, como adoradores de Él, se convertirán en personas que amen, surgiendo de ahí tanto la justicia como la paz.
Perdón y gracia
Esta buena noticia implica que el acento de la predicación de Jesús ya no se ponga, como en Juan Bautista y, en general, en el judaísmo y en las demás religiones, en el castigo, sino en el perdón, en la salvación. Es característico de la predicación de Jesús la reiteración con que trata el tema de la redención de los pecadores, de las “ovejas perdidas”. Él dice de sí mismo que ha venido a salvar lo que estaba perdido, porque no necesitan médico los sanos sino los enfermos. Por lo tanto, son aquellos que saben que están en pecado y que no encuentran en sí mismos la fuerza para salir de esa situación, los que más agradecen a Jesús que se fije en ellos no sólo para darles una nueva oportunidad, sino también para darles la fuerza de que ellos carecen para acceder al don de la salvación. El Dios revelado por Cristo, el Dios que es Cristo, no sólo perdona sino que también ayuda a avanzar por el camino de la santidad. El hombre que se encuentra con este Dios se siente no sólo aliviado por que sus pecados son perdonados, sino ayudado por la gracia -especialmente por la que viene a través de los sacramentos- para perseverar en el difícil camino del bien y no volver a recaer en el abismo del mal del cual Dios le acababa de sacar.
Pero todo esto hace que la religión, entendida como relación entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios, sufra un desplazamiento, se ponga el acento en otra cosa. Antes también se había predicado el Señorío de Dios, el Reino de Dios. De alguna manera, esa predicación está presente en muchas religiones y, desde luego, en el Antiguo Testamento. La dificultad del profeta Samuel para aceptar un rey en Israel procedía precisamente de ahí, ya que el profeta suponía que si Israel tenía un rey humano no iba a seguir contando con un rey divino. La llegada de los reyes supuso, de alguna manera, el final de la teocracia en Israel, con todas sus consecuencias. Ahora Cristo vuelve a predicar el Señorío de Dios, el Reinado de Dios, pero no lo hace como los antiguos profetas. Y no lo hace precisamente porque está mostrando un rostro de Dios distinto: está hablando del Dios-Amor-Padre. Este Dios, viejo y nuevo a la vez, quiere establecer una relación con los hombres que sea también vieja y nueva. Vieja, en cuanto que se mantienen los conceptos del señorío de Dios y los derechos de Dios, expresados en los tres primeros mandamientos del Decálogo; derechos que son garantía de convivencia para el hombre y que van a impedir que el hombre se convierta en lobo para el hombre (los otros siete mandamientos de ese mismo Decálogo). Nueva, porque Dios ya no argumenta para el cumplimiento de los preceptos con el miedo, con el castigo, sino que intenta que la motivación principal sea el amor, el agradecimiento; eso no significa que no exista la posibilidad del castigo -Jesús habla en muchas ocasiones del infierno-, sino que el miedo a ese castigo no es ya el centro de la motivación, el principal argumento, sino que queda desplazado atrás, convirtiéndose en un fondo oscuro sobre el cual destaca más el mensaje luminoso de la paternidad amorosa de Dios.
Cristo Rey
¿Qué papel ocupa el propio Cristo en este reinado de Dios?. Él, en la medida en que es Dios, es también Rey, junto con el Padre y el Espíritu. El Reino de Dios será, cuando llegue, el Reino de Cristo, el Reino de la Santísima Trinidad. Pero, a la vez, Cristo, en la medida en que es Dios hecho hombre, es la gran prueba del amor de Dios y, por lo tanto, el inicio de la relación amorosa definitiva entre Dios y el hombre. El Reino del Dios-Amor-Padre ha comenzado ya precisamente porque ha nacido, ha muerto y ha resucitado Cristo. Llegará a su plenitud cuando todos los hombres entren en la nueva religión, la del agradecimiento, y comiencen a amar a Dios y a amarse entre sí por amor a Dios. Por eso la Iglesia dice que el Reino de Dios está ya entre nosotros pero todavía no ha llegado a su plenitud. Ese “ya sí, pero todavía no” marca la historia del hombre en la época comprendida entre el nacimiento de Cristo y su segunda y gloriosa venida. La preparación de ese momento definitivo es, precisamente, la tarea evangelizadora. |