Historia de la Teología Moral (I)

Para entender bien el cuerpo doctrinal católico sobre moral, es preciso tener unas nociones básicas acerca de la evolución de esa doctrina. Porque si es cierto que la moral no ha cambiado, debido a que está basada en la Revelación, también es verdad que la elaboración y presentación de esos principios sí ha sufrido un proceso, en ocasiones lento y a veces en zig-zag.

Para entender La Teología Moral católica tiene su punto de partida, como ya se ha dicho, en la Revelación, tanto en aquella que está contenida en el Antiguo Testamento como, sobre todo, en la que viene reflejada en el Nuevo Testamento. El comportamiento y el mensaje de Cristo es la base de la Moral católica. Estos datos comenzaron a ser meditados, en orden a sacar consecuencias práctica de tipo ético, por los mismos apóstoles, como demuestran las Cartas del Nuevo Testamento. Éstos, a la luz del mensaje de Jesús, afrontaron las cuestiones éticas de su tiempo y dieron una respuesta coherente con el magisterio de Cristo, que sirvió de punto de referencia a las primeras comunidades cristianas. Un ejemplo clásico es la enseñanza de San Pablo a la comunidad de Corinto.
Padres Apostólicos
Tras los apóstoles, en la misma línea, siguieron actuando los llamados “Padres Apostólicos” -discípulos directos de los Apóstoles-, incluidos aquellos cuyo nombre no nos ha llegado pero sí su obra. Es el caso de la “Didaque”: una catequesis dirigida a los que van a ser o ya han sido recientemente bautizados; expone la nueva vocación como una elección entre dos caminos: el de la iniquidad y el del bien. La “Didaque” introduce ya una lista de virtudes y de vicios que nos permite conocer el catálogo de acciones que se consideraban pecado en esta primera época.
Los escritos de los “Padres Apostólicos” alientan a practicar la caridad y a no romper la unidad, a combatir las malas pasiones y a acudir a la penitencia. San Justino, por ejemplo, expone al emperador Antonino Pío la vida ejemplar y virtuosa que llevan los cristianos en contraposición a los vicios de la época. También, en su diálogo con el judío Trifón, menciona la ley natural: “existen leyes naturales y eternas”, y señala que hay acciones que van “contra la ley de la naturaleza”.
El primer sistematizador de la moral católica es Clemente Alejandrino, especialmente en su obra “El Pedagogo”. Entre otras cosas, admite el derecho a la propiedad pero advierte acerca del recto uso de las riquezas y de los riesgos que entraña la riqueza. También aparece el concepto “ley natural”, que se va convirtiendo cada vez más en un punto de referencia para elaborar una moral válida para todos y no sólo para los católicos.
A él le sigue Orígenes, también de la escuela alejandrina. Desarrolla una moral de la identificación con Cristo en torno a los años 309-313, justo antes del edicto de Constantino que daba la libertad a la Iglesia en el Imperio. Otro gran moralista es Tertuliano, aunque de una línea marcadamente rigorista que le lleva incluso a caer en la herejía montanista. San Cipriano de Cartago, por su parte, alerta a sus fieles de que serán reprobados “los que siembren la discordia”, las vírgenes que “no cumplen sus compromisos”, los que se dejan “arrastrar por la codicia”, “los blasfemos y enemigos de Cristo”.
Una vez alcanzada la libertad, la Teología Moral adquiere una nueva fuerza. Los cristianos acceden a la vida social y la “normalidad de vida” facilita el que la práctica moral pierda tensión y se relajen las costumbres. Ser cristiano empieza a ser bien visto e incluso es un buen cauce para prosperar en la administración del Estado, ya que los emperadores son cristianos. De ahí la enseñanza moral más frecuente y sistemática de los “Padres de la Iglesia” a partir del siglo IV.
Padres de la Iglesia
San Ambrosio (muerto en 397), es el primer autor que escribe una obra sistemática sobre la vida moral, si bien referida a los clérigos y no exclusivamente doctrinal, sino teórico-práctica. Estudia las virtudes que han de practicar los eclesiásticos y denuncia los vicios de los que han de huir. Hace uso tanto de la razón como de la Revelación. La terminología depende de los escritos de Cicerón y el título de la obra, “De officiis”, lo toma también de ese filósofo romano. Su moral tiene dos polos: la grandeza de Dios y la imitación de la persona de Jesús. Entre otras cosas, es el primero en tipificar los pecados en dos categorías; mortal y venial.
San Agustín (354-430) fue el primero en escribir monografías relacionadas con la doctrina moral, componiendo tratados sobre cuestiones concretas. Por ejemplo, el tema de la libertad lo expone en “De libero arbitrio”; sobre el matrimonio escribió “De bono coniugale” y sobre la conducta que deben llevar viudos y viudas “De bono viduitatis”. Sobre la castidad “De continentia” y “De sancta virginitate”. Escribió sobre la paciencia, la veracidad, la mentira y compuso tratados sobre las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).
El centro de la moral de San Agustín es la caridad, que abarca por igual a Dios y al hombre. En este contexto es preciso entender el significado de su sentencia: “Ama y haz lo que quieras”. Para San Agustín el amor debe dirigirse en primer lugar a Dios y después al prójimo. Cristo está en el centro de su Teología; la conducta moral de hombre tiene como referencia la vida de Jesús y el final de la vida moral es identificarse con Cristo: “Cristo ha venido para cambiar nuestro amor, para hacer de nuestro amor terreno un amor de amigo y de vida celestial”. Este carácter religioso de su moral hace que destaque más la ley eterna que la ley natural, que es incluida en la ley eterna. Este santo concede una gran importancia a la disposición interior y señala la obligación moral de cumplir la voluntad de Dios, la cual se identifica con el cumplimiento de la Ley moral.
San Gregorio Magno
San Gregorio Magno es el último de los grandes moralistas de la antigüedad católica, antes de entrar en la Edad Media. Vivió entre los años 540 y 604 y su labor como Papa fue extraordinaria, mereciendo el título de “Magno”. El hecho de que fuera un gran teólogo y, a la vez, un pastor resultó enormemente útil, pues daba sentencias morales a las cuestiones prácticas que le planteaban los obispos de todo el orbe católico.
Su obra más conocida es “Moralia in Job”. El Papa parte de la vida de Job para exponer la doctrina moral sobre la existencia del hombre: Job es el prototipo, pero no se queda en él, sino que explica y justifica su vida acudiendo a principios éticos de comportamiento.
El punto central en el que converge la doctrina moral de San Gregorio es la persona como “imagen de Dios”. Esta imagen demanda que el hombre la lleve a término. Asimismo, destaca el sentido de la vocación: el hombre ha sido llamado por Dios a una vida santa. Para fundamentar la vida moral apela continuamente a la Escritura, pero procura también razonarla.

Distingue entre el saber qué hay que hacer y el hacer lo que se sabe que hay que hacer, dejando claro que la vida moral, la vida coherente cristiana, se ventila en el hacer.