¿Cuáles deben ser los criterios a seguir para interpretar la Biblia? La hermenéutica, o la labor exegética, necesita unos criterios técnicos, pero también debe atender a otros espirituales. Los técnicos vienen dados por las ciencias lingüísticas y los espirituales por el hecho de que la Biblia es la “Palabra de Dios” suscitada por el Espíritu y leída siempre a la luz de ese Espíritu.
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Al acercarse a la Biblia para entenderla e interpretarla, hay que tener en cuenta una serie de principios, si se quiere efectuar dicha interpretación dentro de los planteamientos católicos.
1.- El punto de partida tiene que estar en la aceptación de la Biblia como palabra humana y a la vez como Palabra de Dios. Se trata de un libro humana –en el sentido de que ha sido escrito por hombres- a través del cual Dios nos ha comunicado su Palabra y que se ha convertido por eso en auténtica Palabra de Dios.
2.- Tomar en serio la naturaleza humano-divina de la Escritura, derivada del hecho dogmático de su inspiración divina, lleva consigo tomar en serio la humanidad de la Escritura.
3.- Para llevar esto a cabo es preciso, como indica la Constitución Dei Verbum, investigar cuál era la intención del autor o autores humanos de la Biblia. Pero no basta con esto; siempre según la Constitución Deui Verbum, hay que estudiar además lo que Dios quería dar a conocer con las palabras de ellos. En definitiva, para conocer lo que Dios quiere decir y dice en la Sagrada Escritura, es necesario conocer tanto los condicionamientos e intención de su autor o autores humanos, como los de su lenguaje, que no siempre dependen de la intención de los autores humanos.
4.- Un texto decisivo en la Constitución Dei Verbum del Vaticano II, el 12bc, dice lo siguiente: “Para descubrir la intención del autor hay que tener en cuenta entre otras cosas los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar , de expresarse, de narrar que se usaban en tiempos del escritor, y también las expresiones de que entonces se valían en la conversación ordinaria”.
Con esta afirmación el Concilio Vaticano II no había hecho otra cosa más que actualizar las palabras de Pío XII en la “Divino afflante Spiritu”, según las cuales “Es absolutamente necesario que el intérprete se traslade a aquellos remotos siglos de Oriente, para que, ayudado convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología y otras disciplinas, discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella antigua edad”.
Junto al estudio de los géneros literarios en que está escrita la Biblia, para poder entenderla e interpretarla correctamente, está el uso de los métodos histórico-críticos, aceptados también por el Magisterio de la Iglesia. Uno de estos métodos es el de la Historia de las Formas, otros es el del Análisis de las tradiciones y otro es el de la Historia de la redacción. Pero el Magisterio de la Iglesia, junto a la aceptación de estos métodos, advierte al estudioso de la Biblia de que no caiga en uno de los errores en que incurrieron los exegetas racionalistas del siglo XIX, el de no reconocer la existencia de lo sobrenatural y negar la intervención personal de Dios en el mundo, así como rechazar el valor de la autoridad apostólica.
5.- El Espíritu de Dios, que actuó en las etapas del Antiguo y del Nuevo Testamento, que dio a conocer al pueblo del Israel la revelación de Dios mediante hechos y palabras, bajo cuya acción ésta se puso por escrito y fue reconocida como Escritura inspirada y normativa, es el mismo Espíritu que hace posible la encarnación del Verbo de Dios, el mismo que Jesucristo deja a su Iglesia para que reconozca en su palabra y en sus obras la plenitud de la revelación de Dios, el mismo bajo cuya acción estos hechos y palabras se ponen por escrito, el mismo que lleva a la Iglesia a reconocer en esos escritos la definitiva revelación de Dios y a someterse a ellos señalándolos como normativos y canónicos. En consecuencia, es el mismo Espíritu que habita y vive en la Iglesia como palabra interna a ella, el que sigue dándole a conocer la palabra externa, que es la Escritura, haciendo posible su interpretación auténtica, convirtiéndola en palabra eficaz hoy y en cada tiempo.
De este modo, la fórmula empleada en la Dei Verbum que habla del “Espíritu en que ha sido compuesta la Escritura” nos conduce al corazón mismo de la Iglesia. Es verdad que no existiría Iglesia sin Sagrada Escritura, como no existiría Iglesia sin sacramentos. Pero tampoco existiría Sagrada Escritura sin Iglesia. Además, este planteamiento nos ayuda a comprender que no es la Biblia la última norma de la Iglesia, sino Jesucristo resucitado, que se hace presente en la proclamación de la Escritura por la fuerza del Espíritu, que el Señor dejó a su Iglesia. Por todo ello, la Escritura es ante todo el libro de la Iglesia y, por eso, sólo en la Iglesia puede leerse e interpretarse de modo auténtico, pues sólo en ella tenemos la garantía de que sigue vivo el Espíritu que la hizo nacer (inspiración) y que se la dio a conocer (canon).
6.- Leer e interpretar la Escritura “en el mismo Espíritu en que fue compuesta” lleva consigo atender al contenido y unidad de toda la Escritura. Esto se lleva a cabo no por mera yuxtaposición de textos, ni eliminando las diferencias existentes entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino tratando de descubrir cómo esos libros y textos expresan dinámicamente distintas etapas y perspectivas de la única historia de la salvación, y por tanto todos ellos están orientados hacia lo que constituye su plenitud, Cristo y su evangelio. Todo esto se puede conseguir cuando se interpreta la Escritura en el contexto de la Iglesia, ámbito en el que hoy está garantizada la acción del mismo Espíritu.
7.- Leer e interpretar la Escritura “en el mismo Espíritu en que fue compuesta” exige también atender a la tradición viva de toda la Iglesia, la cual no se identifica sin más con el conjunto de tradiciones acumuladas a lo largo de su historia, sino que es la manifestación en ella de la acción del Espíritu, la cual hace viva y actual en cada momento la letra muerta de la Escritura.
Esto exige, objetivamente, interpretar la Escritura en el contexto de la tradición apostólica tal y como es transmitida y vivida en el interior de la Iglesia, es decir, teniendo en cuenta el testimonio de los Padres y de la liturgia, el consentimiento universal del pueblo de Dios en las cosas de fe y costumbres y las orientaciones concretas del Magisterio. En este sentido, la tradición viva de la Iglesia puede actuar como norma orientativa y negativa de exégesis para aquel que se acerca a la Biblia sin prejuicios previos.
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