Las herejías sobre Cristo (XV)

De todos los errores teológicos que han tenido lugar en los últimos años, el conocido como “teología de la liberación” es uno de los más perniciosos. Sin embargo, ni todo en ella es amlo ni muchos de los que la siguen son conscientes de la gravedad de esos errores. El deseo de ayudar a los pobres está detrás de esta teología que, por desgracia, se ha impregnado de marxismo.

Teología de la Liberación: Lo primero que hay que decir es que no toda la “teología de la liberación” es herética y ha sido condenada por la Iglesia. En este artículo nos referiremos únicamente a la que ha merecido el rechazo de la jerarquía católica. Ésta está influida por el pensamiento marxista, parte del principio de que la teología tiene que hacerse desde el pueblo y para el pueblo, lo cual significa que no hay principios absolutos sino que lo que cuenta es que el resultado del estudio teológico sea útil para acabar con la situación de injusticia que se vive en buena parte de Iberoamérica.

Aunque las raíces remotas del movimiento arranquen en Europa, esta teología nació en Iberoamérica, en el contexto de pobreza y falta de libertad que se vivía en muchas naciones de ese continente en los años sesenta del siglo XX. Fue el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez el primero que utilizó la expresión “teología de la liberación”, concebida como fundamento de una ruptura con los sistemas tradicionales vigentes, en el orden político y social, para dar lugar a una revolución que libere definitivamente a los hombres de las lacras materiales y morales del presente. Se propugnaba una concepción nueva y distinta de todo lo cristiano, desde la figura de Jesucristo hasta los sacramentos y la liturgia. “Estamos -escribe Gutiérrez- ante una hermenéutica política del Evangelio”. La palabra hermenéutica quizá no sea bien comprendida por la mayoría; significa “interpretación”; por lo tanto, el objetivo inicial de Gutiérrez y sus seguidores era bien claro: interpretar políticamente el Evangelio para ponerlo al servicio de la revolución marxista que se quería implantar en América a fin, según ellos, de acabar con las injusticias que padecía el continente.
Pronto surgieron grupos y corrientes diversas en varios países ; en Colombia surgió el grupo Golconda; en Argentina, Sacerdotes del tercer mundo; en Chile, Iglesia joven. En todos ellos, más o menos abiertamente, se adoptó la metodología marxista, de cara a favorecer la integración de los cristianos en el marxismo según preconizaba en Europa el italiano Gramsci. La nueva teología de la liberación considera que la Iglesia había hecho una interpretación de Cristo y del Evangelio en clave de lucha de clases, al servicio de los ricos y los poderosos. Por tanto, es urgente orientar la misión de la Iglesia por otras vías, liberadoras, para implantar en el mundo la justicia social. Se omite la institución divina de la Iglesia y, como consecuencia, la relación entre los fieles y la jerarquía eclesiástica queda reducida a una dialéctica de dominio. Rota la unidad, descompuesta en clases, la Iglesia sólo hallará la paz perdida cuando llegue a ser, en virtud de la lucha, una sociedad sin clases. Haciendo la revolución se trabaja, pues, por esa unidad. “Amar a los enemigos supone reconocer y aceptar que se tienen enemigos de clase y que hay que comabtirlos”, dirá Gustavo Gutiérrez.
Otra figura destacada es Leonardo Boff. En la actualidad está secularizado, pero fue franciscano y profesor de teología en la universidad de Petrópolis, en Brasil. Tras publicar su libro “Iglesia, carisma y poder”, fue llamado a Roma el 7 de septiembre de 1984 para que defendiera su tesis. El 20 de marzo de 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe señaló como insostenibles y rechazables cuatro de las opiniones de Boff, relativas a la estructura de la Iglesia, la concepción del dogma, el ejercicio del poder eclesiástico y la misión profética. Boff sostiene que la Iglesia como institución es ajena al pensamiento de Cristo, profesando una visión relativista de la misma; entiende que los dogmas no tienen validez universal, sino que sólo surgen para una circunstancia y un tiempo determinados; considera que el poder de la Iglesia procede de una apropiación injusta -en términos de lucha de clases- y de un proceso de expropiación de los medios de producción religiosos por parte del clero y en perjuicio del pueblo cristiano; y respecto al profetismo, estima que si el pueblo de Dios participa realmente de la acción profética de Cristo, ese profetismo popular debería ser respetado y asumido por la jerarquía de la Iglesia. Tras su renuncia al sacerdocio, Boff ha seguido caminos cada vez más erráticos, abanderando el ecologismo, el indigenismo -que es una corriente en alza dentro de la teología de la liberación- y reclamando un gobierno colegial de la Iglesia que lleve al Papa a ocupar ese cargo sólo unos pocos años y siempre bajo el control de los obispos.
Otros nombres conocidos de teólogos de la liberación son Juan Luis Segundo, Jon Sobrino, Frei Betto, Enrique Dussel, Ernesto Cardenal, Philip Berryman y Juan José Tamayo. Jon Sobrino ha sido el último en merecer la condena explícita del Vaticano (14 de marzo de 2007); según la Congregación para la Doctrina de la Fe, el teólogo jesuita pone en duda en sus obras la divinidad de Cristo, la encarnación del Hijo de Dios, la autoconciencia de Jesucristo y el valor salvífico de su muerte.
Ya Pablo VI salió al paso de los errores de la teología de la liberación, sobre todo en la “Octogesima adveniens” (1971). En la misma línea se mantuvo Juan Pablo II, que subrayó en documentos y discursos hechos durnate sus viajes por el mundo, en particular a Iberoamérica, que la liberación radical en la que hay que insistir es en la liberación del pecado, operada por la gracia en cada hombre concreto; ésa es la liberación realizada por Cristo y la que debe realizar la Iglesia, porque en ello consiste su misión, recibida del Señor; el pecado, que es el mal esencial, genera luego otros males sociales, otras esclavitudes que hay que evitar y superar; pero si el hombre no se libra de su propia miseria, ayudado por la gracia de Dios y los sacramentos, nunca se alcanzarán las demás liberaciones.
En un primer documento, publicado el 6 de agosto de 1984, titulado “Libertatis nuntium”, la Congregación para la Doctrina de la Fe advertía de los peligros que entrañaba para la fe y para la pastoral cualquier recurso al análisis marxista, pero establecía con claridad que está libre el camino para cuantos deseen profundizar en la “opción preferencial por los pobres”, siempre que lo hagan desde posiciones correctas, fieles a las de la Iglesia. Posteriormente, el 22 de marzo de 1986, la misma Congregación hizo pública una “Instrucción sobre libertad cristiana y liberación”, en la que se afirma de manera contundente la doctrina cristiana sobre la libertad y la liberación, dejando al descubierto las falsas teologías de este nombre.
En resumen, la teología de la liberación afirma que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre. Pretende eliminar la pobreza, la explotación, las faltas de oportunidades e injusticias de este mundo y justifica el uso de la violencia, tanto revolucionaria como terrorista si fuera necesario -algunos de los sacerdotes liberacionistas terminaron por engrosar o incluso formar grupos guerrilleros-.