Los profetas. Ezequiel

El profeta Ezequiel lleva a cabo su misión en una época difícil para Israel, cuando se encuentra en el destierro de Babilonia y está a punto de perder la esperanza en regresar a la tierra prometida. El libro se divide en tres partes, siendo la tercera, donde se habla de la esperanza que debe mantener vivo al pueblo, la que más ha influido en la Iglesia.
El profeta Ezequiel provoca en el lector una mezcla de fascinación y rechazo, debido a la permanente tensión entre dos polos opuestos: el juicio implacable de Jerusalén y de Judá y el anuncio de una esperanza extremada. Nunca se ha pintado la historia de Israel con colores tan negros, con una radicalidad tan total y negativa. Y, al mismo tiempo, raramente se ha ofrecido a un pueblo aplastado y vacío de toda esperanza un horizonte de esperanza tan sorprendente. En Ezequiel se constata una de las características esenciales del profeta bíblico: su mensaje va contra corriente. Cuanto más optimista, ciego y desenvuelto se muestra el pueblo (Ez 13; 33, 30-33), más predica él la realidad de pecado y de injusticia que reclama obligatoriamente el juicio. Cuando llega éste, la caída de Jerusalén (Ez 33, 21-22), la desesperación se apodera del pueblo y entonces el profeta comienza a predicar la esperanza.
Este mensaje de contrastes es vivido personalmente por el profeta. Así, debe permanecer impasible ante la muerte de su mujer y no realizar el ritual de duelo, como signo de otra desgracia mucho mayor: la desaparición “de la delicia de vuestros ojos, el amor de vuestra vida” (Ez 24, 21): Jerusalén y su Templo. Así se verifica de nuevo otra dimensión esencial del profetismo bíblico: el mensaje del profeta forma parte de él (por ejemplo, el matrimonio de Oseas, el celibato de Jeremías o los hijos de Isaías).
Además, Ezequiel vive otro contraste: es a la vez profeta y sacerdote. Como profeta, critica a los sacerdotes que están instalados en su culto. Como sacerdote, tiene que defender la ley y, de alguna manera, la estructura.
Los capítulos 1 al 24 contienen una serie de oráculos y de anuncios del pecado de Judá y de Jerusalén y de su castigo inminente. Merece la pena destacar el relato de su vocación, sobre todo los versículos donde el profeta narra cómo le hicieron comer el libro de la palabra de Dios: “Tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo de sus palabras. No temas aunque te encuentres entre cardos y zarzas. No temas sus palabras ni te asustes de sus miradas, porque no son más que una raza de rebeldes. Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo: no seas rebelde como esta raza de rebeldes; abre la boca y como lo que te doy’. Yo miré y vi una mano tendida hacia mí con un libro enrollado. Lo desenrolló ante mi vista. estaba escrito por dentro y por fuera, y contenía lamentaciones, gemidos y ayes. Y me dijo: ‘Hijo de hombre, cómelo, come este libro y vete a hablar a la casa de Israel’. Yo abrí la boca, y me hizo tragar el libro. Entonces me dijo: ‘Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este libro que yo te doy’. Yo lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 2, 6-3, 3).
Del capítulo 25 al 32, Ezequiel hace los “oráculos contra las naciones”, es decir, las advertencias y amenazas contra los pueblos que van a destruir Jerusalén. Los capítulos 33 al 48 están consagrados a anunciar la esperanza para Israel y contienen algunos de los textos más hermosos del Antiguo Testamento. Por ejemplo:
“Os tomaré de entre las naciones donde estáis dispersados, os recogeré de todos los países y os conduciré a vuestra tierra. Os regaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras inmundicias y de todas vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis preceptos, observando y guardando mis leyes. Habitaréis entonces en la tierra que di a vuestros padres, seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (36, 24-28).
“Esto dice el Señor Dios: Mirad, yo abriré vuestras tumbas, os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestros sepulcros, pueblo mío. Infundiré en vosotros mi espíritu y reviviréis; os estableceré en vuestro suelo y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” (37, 12-14).
La influencia de Ezequiel ha sido grande, sobre todo en algunos libros y estilos literarios bíblicos. Así, en la Apocalíptica, se toman prestadas numerosas imágenes y representaciones de este profeta. Concretamente, el Apocalipsis de San Juan recurre con frecuencia a Ezequiel; la acción simbólica del libro que el profeta debe comerse se utiliza en Ap 5, 1s, en 10, 1-11; la fuente de Ez 47, 1-12 aparece explícitamente en Ap 22, 1-3; se encuentran alusiones a Ezequiel en Ap 11, 1. 21, 10. 4, 2-11.
En el Nuevo Testamento, los evangelios no citan directamente a Ezequiel, pero la imagen de la viña de Jn 15, 1-10 recuerda Ez 15, 1-8; la del buen pastor de Jn 10, 11-18 evoca Ez 34, 11-16. También se puede considerar Ez 37, 1-14 entre los textos sobre la resurrección de los muertos, concretamente en Mt 28, 51-53.
El libro de Ezequiel no fue demasiado trabajado por los Padres de la Iglesia. Sólo Orígenes, entre los alejandrinos, lo comenta completo. San Jerónimo escribió 14 homilías sobre este profeta. San Gregorio Magno escribió 22 homilías sobre él.
El capítulo más utilizado es el 37, sobre todo los versículos 1 al 14, como demuestra la presencia de este texto en la liturgia de la vigilia pascual desde el siglo IV. San Pablo, San Jerónimo y otros, ven realizado definitivamente el anuncio que Ezequiel hace en ese texto, en la Iglesia, que es el nuevo Israel, del cual la resurrección de Cristo constituye la primicia. También ha sido muy utilizado Ez 47, 1-12, donde se narra la visión de la fuente de gracia que sale del umbral del nuevo templo y que purifica la podredumbre y las miasmas. La epístola de Bernabé cita este texto entre las profecías bautismales: los maravillosos árboles de vida del texto profético son identificados con los bautizados.
En cuanto a la influencia litúrgica de Ezequiel, es modesta pero significativa. La vigilia pascual propone Ez 36, 16-28. Ez 37, 1-14 está reservado para la vigilia de Pentecostés y vuelve a aparecer el domingo V de Cuaresma del ciclo A.
También ha sido interesante la influencia artística del libro de Ezequiel. La prohibición de las imágenes en la religión judía es bien conocida. Sin embargo, esta regla no siempre se ha seguido al pie de la letra. El ejemplo clásico es la sinagoga de Dura Europos, ciudad situada a orillas del Eufrates; en este edificio, construido hacia el 224 después de Cristo, las paredes están decoradas con frescos y entre las escenas representadas figura Ez 34, Ez 37, así como el martirio de Ezequiel. En la iconografía cristiana, lo más representado es Ez 37, 1-11, en frescos, sarcófagos, miniaturas y cuadros. No se debe omitir la obra del compositor Liszt “Ossa arida”, inspirada en él.
Ezequiel escribió y profetizó entre el 593 y el 571. El 612 había caído Nínive en manos de babilonios y medos. En el 598 Jerusalén había sido conquistada por Nabucodonosor y había llevado a Babilonia a lo más selecto de Israel. Es en ese difícil contexto que Ezequiel actúa.