Oseas es el primero de los llamados “profetas menores”, que son doce y que se conocen con ese nombre no porque sean menos importantes sino porque sus libros son de menor extensión. De todos los profetas, Oseas es el que recibe un encargo más doloroso, insultante casi: casarse con una prostituta para hacer ver al pueblo que Dios le ama sin que el pueblo lo merezca. |
El libro del profeta Oseas se puede dividir en cuatro grandes secciones, precedidos de una introducción que sitúa el texto en la historia de Judá e Israel, y cerradas por una conclusión.
Los capítulos 1 al 3 nos cuentan la biografía de Oseas, el cual recibe de parte de Dios una orden muy extraña y muy difícil de cumplir: debe casarse con una prostituta (Gomer) y debe aceptar como propios y darles determinados nombres a los hijos de ella (capítulo 1). Después, como las cosas sucedieron siguiendo la ley de la mayor probabilidad, la prostituta abandonó a Oseas para seguir su vida habitual y éste, entonces, jura castigarla (capítulo 2). Sin embargo, Dios interviene y le ordena que la busque, la perdone y la vuelva a admitir en su casa (capítulo 3).
Los capítulos 4 al 7 van dirigidos a los sacerdotes de Yahvé que ejercen en el santuario de Betel (el rival del de Jerusalén, en el reino del norte). Denuncian el abuso que esos sacerdotes hacen del culto, la manipulación del mismo, su interferencia en la corte y el influjo negativo que ejercen en la vida política del país, así como las consecuencias negativas de su actividad en la vida religiosa del pueblo.
Los capítulos 8 al 10 se centran en las complejas relaciones existentes entre el culto legítimo a Yahvé y el ilegítimo a los dioses de los pueblos vecinos (baales y becerros de oro), así como una descripción de la situación interna del país y los contactos políticos con Asiria y con Egipto, los dos grandes rivales entre los cuales se van a ver aprisionados los pequeños reinos de Israel y Judá, que son el resultante de la división del gran reino de Israel erigido por David y consolidado por Samuel.
Los últimos capítulos afrontan temas varios. Entre ellos, una exhortación del profeta al pueblo (14, 2-4) y una generosa promesa por parte de Yahvé (14, 5-9).
En el libro de Oseas es especialmente importante el elemento simbólico, sobre todo en los tres primeros y dramáticos capítulos. El extraño matrimonio que Yahvé le obliga a hacer con una prostituta, así como los nombres que le hace poner a los hijos de ésta y el posterior perdón que le ofrece a pesar de que ella le ha traicionado y abandonado, es un símbolo del amor que Dios tiene al pueblo de Israel -a todos nosotros-, un amor que no merecemos, así como del comportamiento que ese pueblo y nosotros tenemos para con Dios. Dios escogió a su pueblo, no porque fuera bueno, sino porque decidió amarlo; este pueblo desde el principio demostró su infidelidad y se prostituyó ante otros dioses y pueblos.
Para entender mejor el simbolismo del libro lo deberemos dividir en tres apartados: actos, nombres y conceptos. El mayor acto simbólico es el matrimonio del profeta con una prostituta, y la razón de este acto es descrito en 1, 2 “porque la tierra fornica apartándose de Yahvé” creando así una relación entre la experiencia de Oseas y la del Señor con su pueblo.
En cuanto a los nombres simbólicos, son éstos: Jezreel: (Dios Dispersa o Dios esparce). Es el nombre del primer hijo de Oseas con Gomer. Jezreel era el nombre del lugar donde Jehú mató a los 70 hijos de Acab (2 Reyes 10:11). Por esta razón Dios haría cesar toda la dinastía de Israel.
Lo-ruhama: (No más misericordia). Nombre de la segunda hija. El significado de su nombre muestra que Dios no se compadecería más de un pueblo rebelde.
Lo-ammi: (No pueblo mío). Nombre del tercer hijo de Oseas con Gomer. Indica el fin de la relación de Dios con Israel. Nótese la progresión de los tres nombres: Jezreel, juicio; Lo-ruhama, tolerancia pasiva; Lo-ammi, ninguna relación.
Acor: (Dificultad). Dice que el valle de Acor le será como puerta de esperanza. Dios transforma un sitio de pecado, en un lugar de esperanza.
Bet-avén: (Casa de iniquidad). Es usado en lugar de Bet-el (casa de Dios), pues esta se había convertido al igual que Gilgal en lugares de culto pagano.
En cuanto a las frases o conceptos simbólicos que se usan en el libro, pueden extraerse éstos: “Quebraré yo el arco de Israel”: Puede significar el poder militar de Israel. Encontramos aquí un juego de palabras por su sonido: Israel, Jezreel. Lo que podemos ver en este capítulo es que Dios destruiría el poder de Jehú e Israel en el lugar donde ellos habían exterminado la familia de Acab.
“La atraeré al desierto” Puede verse el desierto, no como un sitio de castigo, sino un lugar de privacidad.
“Seré como polilla a Efraín y como carcoma a Judá” A causa de andar en sus vanidades, serán destruidos, tanto Efraín, como Judá. Las figuras representan una destrucción lenta, desde adentro.
“Son adúlteros, como el horno encendido por el hornero”. “Ardían en sus pasiones, hallaban gratificación, y se encendían de nuevo en un ciclo interminable.
“Efraín como paloma incauta”. Israel pretendía encontrar ayuda en Egipto o en Asiria, lo cual era una ingenuidad que resultó suicida.
“Se apacienta de viento”. Busca vías erradas y triviales para satisfacer sus propios deseos, esto es haciendo pacto con los asirios.
El libro de Oseas no es usado con frecuencia en el Nuevo Testamento. Entre las pocas citas se encuentra Os 11,1 (Mt 2, 15) y, sobre todo, Os 6,6: “Quiero misericordia y no sacrificio” (Mt 9, 13). Os 2, 1.25 es citado en Rom 9, 25-26. Sin embargo, Oseas es muy utilizado en las grandes metáforas teológicas: Dios es el agricultor que cuida de su heredad (Os 10, 1, en Mt 15, 13), la alegoría de la gran prostituta (Ap 17) y en este contexto la mención de Jezabel (Ap 2, 20) y la historia de Nabot.
La liturgia de la misa presenta 6 fragmentos diferentes de Oseas en 11 días distintos. Uno de ellos es en la fiesta del Sagrado Corazón, para expresar el infinito amor de Dios al hombre y lo inmerecido de ese amor: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. Yo con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no conoció que yo le cuidaba. Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que alzan el yugo sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida. No volverá a tierra de Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron convertir. Caerá espada sobre sus ciudades, y consumirá sus aldeas; las consumirá a causa de sus propios consejos. Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer. ¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti; y no entraré en la ciudad” (Os 11, 1-9).
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