El libro del Génesis (V)

Tras analizar los capítulos del Génesis que relatan la creación del mundo y del hombre y la mujer, vamos a ver ahora los textos que cuentan la historia del primer pecado, con la ruptura de la unión con Dios y de la solidaridad entre hombre y mujer. También veremos los textos que nos cuentan la historia del primer crimen, la muerte de Abel a manos de su hermano Caín.

La historia del primer pecado o “pecado original” está narrada en Gen 3, 1-24. Ese drama breve es una lección fundamental acerca de la naturaleza del pecado humano e incluso de la misma naturaleza humana. El núcleo del pecado, tal y como nos lo cuenta la Biblia, es el intento de sustituir a Dios como definidor de moralidad por el propio hombre. Éste quiere ser independiente a la hora de decidir qué es bueno y qué es malo. No sólo no quiere depender de Dios, sino que también quiere independizarse de la realidad y quiere establecer por sí mismo, sin que nadie le limite, la bondad o malicia de las acciones.
La serpiente representa al demonio y, con él, a las fascinaciones y racionalizaciones torcidas y perniciosas que usamos para justificar nuestro comportamiento malo y hacerlo pasar, ante nuestros ojos y los de los demás, como bueno. En el pensamiento antiguo, las serpientes tenían muchas conexiones con los poderes misteriosos del mundo inferior y representan un símbolo adecuado del poder del mal en la vida humana. Sin embargo, el relato del Génesis deja claro que, aunque la serpiente la seduce, la mujer había entendido de manera clara el mandato de Dios sobre la prohibición de comer del fruto del árbol del bien y del mal. Pero tanto ella como su marido desean ser como Dios y están de acuerdo en el pecado. Sólo tras haber pecado, al sentirse desnudos (símbolo de haber perdido la protección que nos da Dios), se dan cuenta de la gravedad de lo que han hecho y de las consecuencias fatales que tiene para ellos, así como de la nueva fuerza que tienen las pasiones en su vida, empezando por las sexuales.
El tema de la desnudez continúa desarrollando la lección a partir del versículo 8. La pareja no puede presentarse ante Dios debido a su vergüenza. Pero Dios camina por el jardín y sigue conversando con ellos, lo cual revela el interés divino y que el Señor sigue estando cerca de los seres humanos a pesar de ser pecadores. Sin embargo, ahora, debido al pecado, la situación es distinta. La primera consecuencia es la aparición de la “concupiscencia” (inclinación hacia el mal): el corazón humano luchará siempre contra impulsos que pondrán al “yo” contra la voluntad de Dios, y los actos malos traerán consigo el castigo divino. De hecho, el versículo 10 nos dice que la pareja tenía miedo. Este temor se convierte en un factor importante de toda posterior reacción humana ante Dios.
En los versículos 12 al 19, la culpa pasa de uno a otro, rompiéndose la solidaridad entre la pareja y de ésta con la creación (el hombre acusa a la mujer y ésta a la serpiente). El castigo es la consecuencia y, en parte, está ya implícito en el propio pecado, pues la ruptura de la unidad familiar es ya un tremendo castigo autoimpuesto por los propios hombres. Además, se le añaden otros detalles como el trabajo, el parto y, sobre todo, la muerte.
Es cierto que hay semejanzas entre este relato y otros anteriores, como los babilónicos Adapa o Gilgamés. Sin embargo, Israel no toma prestados estos mitos directamente, sino que cuenta su propia historia de los orígenes humanos insistiendo en que la pérdida de una relación personal de comunión con Dios se produjo por desobedecer el mandato divino. Esa pérdida, así como las consecuencias de la misma -simbolizadas en la expulsión del paraíso- serán transmitidas a los descendientes, lo mismo que se transmiten las características que conforman la condición humana. Es el “pecado original”. Sin embargo, tal y como veremos muchos siglos después en la carta de San Pablo a los Romanos (capítulo 5), Dios no abandona nunca a su pueblo y desde el primer instante después del pecado, empieza ya a preparar la llegada del Salvador, Jesucristo.

La historia de Caín y Abel se sitúa tras las escenas del Jardín como la segunda fase de la evolución humana, aunque es un relato independiente. También él ofrece semejanzas con ensayos mesopotámicos acerca de los orígenes del trabajo. Tras el relato que nos ha llegado subyacen probablemente los antiguos conflictos entre agricultores, que deseaban campos cercados, y pastores, que necesitaban vastos territorios abiertos. La tradición israelita lo usa para dejar sentada una idea acerca de la toma de decisiones moral por parte de los humanos. Caín significa “lanza”, y Abel “soplo de aire”. No se aduce ninguna razón por la que el sacrificio de Abel agrada a Dios más que el de Caín. Los autores están más interesados en la reacción de Caín, que es la cólera y la envidia. Ello le conduce a una violencia que es a la vez calculadora e incontrolada. El asesinato como tal se describe muy sucintamente, pues su horror resulta evidente. Pero a sus secuelas se les presta más atención. Dios manifiesta su preocupación por Abel y la réplica cínica de Caín se ve inmediatamente rechazada. Dios exige que seamos, en efecto, guardianes de nuestro hermano, bajo pena de maldición.

A pesar de esa maldición, Dios sigue mostrando misericordia hacia el hombre, incluso hacia el hombre asesino representado en Caín, y por eso le permite volver a empezar, aunque tendrá que llevar para siempre la marca del asesino.

Este “segundo pecado” es presentado como una consecuencia, una continuación, del primero, pero no como algo que va a afectar a todos los hombres. Es consecuencia en el sentido de que aquel fue el inicio que abrió la puerta a todos los demás (cólera, envidia, asesinato…). A la vez, es continuación de la inicial ruptura de la solidaridad. Primero se rompe la pareja y el esposo denuncia a la esposa. Luego se sigue rompiendo la familia y el hermano mata al hermano. La lección que nos quiere transmitir el Génesis es sencilla: Cuando el hombre se aleja de Dios se convierte en un peligro para sí mismo (destruye su familia y arruina sus posibilidades humanas de felicidad, su “paraíso original”) y también se convierte en una amenaza para los demás (es capaz de matar a su propio hermano). Siglos después, el filósofo Hobbes lo dirá de una forma tan cruda como realista: “El hombre es lobo para el hombre”. Lo dirá también otro pensador, marxista en este caso, Sartre: “El infierno es el prójimo”. Esta constatación de la realidad contrasta con la visión cristiana de la vida y de las relaciones humanas. Para el cristiano, auxiliado por la gracia de Dios, el prójimo puede ser el paraíso, el lugar de encuentro con Dios, y la familia -fortalecida por el sacramento del matrimonio-, puede ser de nuevo ese lugar feliz donde se vive en la tierra como en el cielo. Cristo, el Salvador, va a ser quien haga posible la vuelta al paraíso perdido.