Los profetas. Isaías (II)

Terminamos el estudio del libro del profeta Isaías viendo la influencia que ha tenido en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Para los cristianos, para el propio Jesucristo, Isaías fue el profeta que con más claridad anuncia todo lo que le ocurrirá a Jesús -desde su nacimiento a su muerte- y que, por lo tanto, nos ofrece una visión de Cristo como el Mesías redentor enviado al mundo.

La influencia del libro de Isaías en la parte del Antiguo Testamento escrita con posterioridad a él es grande, pero donde es especialmente importante es en el Nuevo Testamento. Todo esto sirve para comprender la extraordinaria influencia que ha tenido este profeta.
En el Antiguo Testamento encontramos huellas de Isaías en el Cantar de los Cantares, así como en el destino del siervo del que habla el salmo 22 (en este salmo se hace decir al justo entregado a la muerte: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, que es la frase que Jesús hará suya y pronunciará en la cruz). Hay influencias de Isaías en el capítulo 2 del libro de la Sabiduría y en Zacarías 12. Por ello, cuando se convierten en códices (libros) los rollos de la Biblia, el libro de Isaías será colocado como el primero de los profetas, dándole una importancia equivalente al Pentateuco. Cuando se descubrieron los manuscritos del Mar Muerto, en las cuevas de Qumrán, se encontraron 19 copias del libro de Isaías -otra prueba más de la gran importancia que tenía para los judíos-; la más antigua y completa es muy parecida a la traducción griega que se hizo en Alejandría (llamada de los setenta); Isaías fue para la comunidad esenia de Qumrán el modelo y sostén de su esperanza mesiánica.
Las citas de Isaías en el Nuevo Testamento son excepcionalmente abundantes, aunque hay que distinguir entre citas explícitas y alusiones. A veces se cita incluso el nombre del profeta (Mt 3, 3; 4, 14; 8, 17; Mc 12, 2; 7, 6; Lc 3, 4; Jn 1, 23; 12, 38.39). Desde la anunciación hasta la resurrección, se trata de reconocer a Jesús como aquel que da cumplimiento a las profecías de Isaías. Así, la anunciación a José (Mt 1, 22-23) y a María (Lc 1, 30ss) hacen referencia al texto. Este aflora incluso en el Magníficat (Lc 1, 46-55), en el canto de Zacarías (Lc 1, 67-79), en el de Simeón -que espera el consuelo de Israel- (Lc 2, 29-32). La predicación de Juan Bautista es comentada por Is 40, 3 en Mt 3, 3ss, mientras que en Jn 1, 23 el mismo Juan Bautista se define como la voz de Is 40, 3. El bautismo de Jesús hace alusión a Is 42, 1 en Mt 3, 17 y a Is 63, 19 en Mc 1, 10. El pasaje de Jesús en Galilea es comentado por la profecía de Is 8, 23-9, 1, que presenta la “Galilea de las naciones” sobre la que se eleva una gran luz. El discurso en parábolas hace referencia en los tres sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) al texto de Is 6, 9-10. Los debates con los fariseos sobre la hipocresía (Mt 1, 7-9) citan a Is 29, 13. La mención de las llaves en Is 22, 22 a propósito de Eliaquim, que recibe el poder de abrir y cerrar con soberanía, lo volvemos a encontrar en el pasaje en el que Pedro recibe las llaves del Reino en Mt 16, 19 y en Ap 3, 7. La parábola de los labradores homicidas prolonga la canción de la viña de Is 5, 2. En la imagen de Jesús curando, Mt 8, 17 reconoce al siervo de Is 53, 4. En la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 18) Jesús lee Is 61, 1-2 y declara: “Hoy se ha cumplido la palabra que acabáis de escuchar”. Encontramos también ecos de Isaías en el discurso a la samaritana y en el que pronunció en la sinagoga de Cafarnaum, lo mismo que los encontramos en los relatos de la Pasión. De hecho, Jesús remite a Isaías a los discípulos de Emaús para que pudieran entender lo que había pasado con su muerte y su resurrección (Lc 24, 26).
En cuanto a San Pablo, la teología de la historia de la salvación, desarrollada sobre todo en la carta a los Romanos, se apoya directamente en Isaías. Jesús es reconocido como el “siervo de Yahvé” del que habla Isaías, aquel por el que la multitud queda justificada (Rm 5, 19 en alusión a Is 53, 11). Lo mismo sucede con los capítulo 9 al 11 de la citada epístola. También se apoya Pablo en Isaías cuando escribe la carta a los Efesios (Ef 2, 17-18 citando a Is 57, 19). El himno cristológico de Filipenses 2, 6-11 está relacionado con el cuarto poema del siervo de Yahvé.
Por último, el Apocalipsis cita numerosos textos de Isaías: la visión del trono divino en el capítulo 4, el signo de la Mujer en el capítulo 12, el juicio a la gran prostituta en los capítulos 17 y 18. La expresión “cordero de Dios” con la que se designa frecuentemente a Cristo en el Apocalipsis, que ya aparece en Jn 1, 29. 36, utiliza como una de sus fuentes a Is 53, 7.
Por eso no es de extrañar que este profeta ejerciera una grandísima influencia en la Iglesia y en sus teólogos. Desde Hipólito de Roma y a lo largo de toda la época patrística, el libro de Isaías fue comentado con mucha frecuencia, especialmente para demostrar -en la controversia con los judíos- que en Cristo se habían cumplido las Escrituras y que era el verdadero Mesías. Dos ejemplos son “El Diálogo con Trifón” de San Justino y el “Adversus Haereses” de San Ireneo.
Para un lector cristiano Isaías reviste una importancia capital. Esclarece con fuerza el misterio de la salvación y permite presentir toda la paradoja de la obra de Dios. En la época del Rey Ajaz, y de forma infinitamente más radical en el momento de la Encarnación, Dios despliega su poder de salvación en lo que constituye la inversión del poder. El estallido de su fuerza se muestra en la vulnerabilidad absoluta de un niño recién nacido en los brazos de su madre. Esta misma fuerza que triunfa en la debilidad se expresará en el momento de la cruz; allí, el “siervo de Yahvé” se convertirá en el redentor precisamente en el instante en que menos fuerza tiene, cuando es un guiñapo, un desecho humano.
Por todo ello, la Iglesia sigue haciendo un uso extraordinario de Isaías en la liturgia eucarística, especialmente en Adviento. Por medio de su lectura, se nos invita a velar y orar, a preparar los caminos del Señor, a reconocer al que va a dar cumplimiento a la esperanza mesiánica. Lo mismo sucede con las lecturas bíblicas de la Liturgia de las Horas. En Navidad, la Iglesia reconocerá que el Mesías esperado en medio de grandezas y esplendores se hace presente en la pequeñez extrema del niño de Belén. El poder de Dios no se manifiesta a la manera de los hombres, que siempre pensamos que la eficacia viene de la mano del poder y el dinero. Por eso, las misas de Nochebuena y Navidad toman su primera lectura de Isaías, al igual que sucede para la Epifanía y el Bautismo de Cristo.
Durante la Cuaresma, los textos del profeta están menos presentes en la liturgia. Sin embargo, a partir del Domingo de Ramos, estos textos se utilizan de forma masiva a lo largo de la Semana Santa. El cuarto oráculo del “siervo de Yahvé” se lee el Viernes Santo: en la persona y en el destino paradójico e inaudito del siervo, el “varón de dolores”, que carga con los pecados de los malvados y los salva por medio del sufrimiento que padece por ellos, se descubre a Jesucristo crucificado.
Entre las lecturas de la Vigilia Pascual figuran el oráculo de la nueva Jerusalén de Is 54, 5-14 y el texto de Is 55, 1-11 que anuncia el don gratuito del agua y del pan por medio del siervo entronizado por Dios. Por último, en el Tiempo Ordinario se utilizan en la liturgia una veintena de textos de Isaías.